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miércoles, 7 de junio de 2017

Soldadito de plomo

 Érase una vez un niño que tenía muchísimos juguetes. Los guardaba todos en su habitación y, durante el día, pasaba horas y horas felices jugando con ellos.
Uno de sus juegos preferidos era el de hacer la guerra con sus soldaditos de plomo. Los ponía enfrente unos de otros, y daba comienzo a la batalla. Cuando se los regalaron, se dio cuenta de que a uno de ellos le faltaba una pierna a causa de un defecto de fundición.
No obstante, mientras jugaba, colocaba siempre al soldado mutilado en primera línea, delante de todos, incitándole a ser el más aguerrido. Pero el niño no sabía que sus juguetes durante la noche cobraban vida y hablaban entre ellos, y a veces, al colocar ordenadamente a los soldados, metía por descuido el soldadito mutilado entre los otros juguetes.
Y así fue como un día el soldadito pudo conocer a una gentil bailarina, también de plomo. Entre los dos se estableció una corriente de simpatía y, poco a poco, casi sin darse cuenta, el soldadito se enamoró de ella. Las noches se sucedían deprisa, una tras otra, y el soldadito enamorado no encontraba nunca el momento oportuno para declararle su amor. Cuando el niño lo dejaba en medio de los otros soldados durante una batalla, anhelaba que la bailarina se diera cuenta de su valor por la noche , cuando ella le decía si había pasado miedo, él le respondía con vehemencia que no.
Pero las miradas insistentes y los suspiros del soldadito no pasaron inadvertidos por el diablejo que estaba encerrado en una caja de sorpresas. Cada vez que, por arte de magia, la caja se abría a medianoche, un dedo amonestante señalaba al pobre soldadito.
Finalmente, una noche, el diablo estalló.
-¡Eh, tú!, ¡Deja de mirar a la bailarina!
El pobre soldadito se ruborizó, pero la bailarina, muy gentil, lo consoló:
-No le hagas caso, es un envidioso. Yo estoy muy contenta de hablar contigo.
Y lo dijo ruborizándose.
¡Pobres estatuillas de plomo, tan tímidas, que no se atrevían a confesarse su mutuo amor!
Pero un día fueron separados, cuando el niño colocó al soldadito en el alféizar de una ventana.
-¡Quédate aquí y vigila que no entre ningún enemigo, porque aunque seas cojo bien puedes hacer de centinela!-
El niño colocó luego a los demás soldaditos encima de una mesa para jugar.
Pasaban los días y el soldadito de plomo no era relevado de su puesto de guardia.
Una tarde estalló de improviso una tormenta, y un fuerte viento sacudió la ventana, golpeando la figurita de plomo que se precipitó en el vacío. Al caer desde el alféizar con la cabeza hacia abajo, la bayoneta del fusil se clavó en el suelo. El viento y la lluvia persistían. ¡Una borrasca de verdad! El agua, que caía a cántaros, pronto formó amplios charcos y pequeños riachuelos que se escapaban por las alcantarillas. Una nube de muchachos aguardaba a que la lluvia amainara, cobijados en la puerta de una escuela cercana. Cuando la lluvia cesó, se lanzaron corriendo en dirección a sus casas, evitando meter los pies en los charcos más grandes. Dos muchachos se refugiaron de las últimas gotas que se escurrían de los tejados, caminando muy pegados a las paredes de los edificios.
Fue así como vieron al soldadito de plomo clavado en tierra, chorreando agua.
-¡Qué lástima que tenga una sola pierna! Si no, me lo hubiera llevado a casa -dijo uno.
-Cojámoslo igualmente, para algo servirá -dijo el otro, y se lo metió en un bolsillo.
Al otro lado de la calle descendía un riachuelo, el cual transportaba una barquita de papel que llegó hasta allí no se sabe cómo.
-¡Pongámoslo encima y parecerá marinero!- dijo el pequeño que lo había recogido.
Así fue como el soldadito de plomo se convirtió en un navegante. El agua vertiginosa del riachuelo era engullida por la alcantarilla que se tragó también a la barquita. En el canal subterráneo el nivel de las aguas turbias era alto.
Enormes ratas, cuyos dientes rechinaban, vieron como pasaba por delante de ellas el insólito marinero encima de la barquita zozobrante. ¡Pero hacía falta más que unas míseras ratas para asustarlo, a él que había afrontado tantos y tantos peligros en sus batallas!
La alcantarilla desembocaba en el río, y hasta él llegó la barquita que al final zozobró sin remedio empujada por remolinos turbulentos.
Después del naufragio, el soldadito de plomo creyó que su fin estaba próximo al hundirse en las profundidades del agua. Miles de pensamientos cruzaron entonces por su mente, pero sobre todo, había uno que le angustiaba más que ningún otro: era el de no volver a ver jamás a su bailarina…
De pronto, una boca inmensa se lo tragó para cambiar su destino. El soldadito se encontró en el oscuro estómago de un enorme pez, que se abalanzó vorazmente sobre él atraído por los brillantes colores de su uniforme.
Sin embargo, el pez no tuvo tiempo de indigestarse con tan pesada comida, ya que quedó prendido al poco rato en la red que un pescador había tendido en el río.
Poco después acabó agonizando en una cesta de la compra junto con otros peces tan desafortunados como él. Resulta que la cocinera de la casa en la cual había estado el soldadito, se acercó al mercado para comprar pescado.
-Este ejemplar parece apropiado para los invitados de esta noche -dijo la mujer contemplando el pescado expuesto encima de un mostrador.
El pez acabó en la cocina y, cuando la cocinera la abrió para limpiarlo, se encontró sorprendida con el soldadito en sus manos.
-¡Pero si es uno de los soldaditos de…! -gritó, y fue en busca del niño para contarle dónde y cómo había encontrado a su soldadito de plomo al que le faltaba una pierna.
-¡Sí, es el mío! -exclamó jubiloso el niño al reconocer al soldadito mutilado que había perdido.
-¡Quién sabe cómo llegó hasta la barriga de este pez! ¡Pobrecito, cuantas aventuras habrá pasado desde que cayó de la ventana!- Y lo colocó en la repisa de la chimenea donde su hermanita había colocado a la bailarina.
Un milagro había reunido de nuevo a los dos enamorados. Felices de estar otra vez juntos, durante la noche se contaban lo que había sucedido desde su separación.
Pero el destino les reservaba otra malévola sorpresa: un vendaval levantó la cortina de la ventana y, golpeando a la bailarina, la hizo caer en el hogar.
El soldadito de plomo, asustado, vio como su compañera caía. Sabía que el fuego estaba encendido porque notaba su calor. Desesperado, se sentía impotente para salvarla.
¡Qué gran enemigo es el fuego que puede fundir a unas estatuillas de plomo como nosotros! Balanceándose con su única pierna, trató de mover el pedestal que lo sostenía. Tras ímprobos esfuerzos, por fin también cayó al fuego. Unidos esta vez por la desgracia, volvieron a estar cerca el uno del otro, tan cerca que el plomo de sus pequeñas peanas, lamido por las llamas, empezó a fundirse.
El plomo de la peana de uno se mezcló con el del otro, y el metal adquirió sorprendentemente la forma de corazón.
A punto estaban sus cuerpecitos de fundirse, cuando acertó a pasar por allí el niño. Al ver a las dos estatuillas entre las llamas, las empujó con el pie lejos del fuego. Desde entonces, el soldadito y la bailarina estuvieron siempre juntos, tal y como el destino los había unido: sobre una sola peana en forma de corazón.
— FIN —

lunes, 15 de mayo de 2017

Mi sueño (comentario de texto)

En mi sueño lo que pasa es que yo soy un caballero y me dedico a luchar junto amigos y luchando contra bestias pero siempre salimos ganando porque somos "Los Indestructibles" al terminar nuestro deber de luchar nos vamos al palacio a seguir las órdenes de nuestro rey. El algún momento que otro nos agrupamos y hacemos estrategias para contraatacar a los enemigos y respetados por el pueblo.

miércoles, 10 de mayo de 2017

Augustito Calentito

Érase una vez un ratón llamado Augustito, él era un tipo de ciudad y normal pero había un tipo raro viviendo en su casa se llamaba Duretas él era un ratón muy diferente porqué él se llamaba con agua fría aunque tuviera agua caliente salía a la calle, aunque tuviera un abrigo etc. Un día en la ciudad una gran nevada arrasó y el pobre Augustito no sabía como salir o algo por el estilo, cada vez que tocaba la nieve se daba media vuelta sin embargo Duretas lo aguntaba perfectamente. Augustito y Duretas se salvaron pero Duretas tuvo daños colaterales y en ese momento Augustito se dio cuenta de que era su mejor amigo.

miércoles, 3 de mayo de 2017

El rey ciego de la luz

Erase una vez un niño llamado Roberto. Un día Roberto estaba paseando por el parque traquilamente y derrepente llaman al padre de que su mujer había sufrido un accidente así que el padre de Roberto rapidamente fue a mirar, posteriormente Roberto  al estar mirando hacia el sol se quedó ciego.
Roberto vivía en luz y esos habitantes se llamaban lucientes y había otra ciudad llamada oscuridad y esos habitantes se llamaban oscuridantes, Roberto cuando creció quería ir a oscuridad el ¿por qué? porqué al ser ciego se sentía mejor. Oscuridad es un lugar o una ciudad que tiene un manto de oscuridad que incluso los niños de oscuridad ¡tiene que utilizar gafas nocturnas! y para iluminar la ciudad necesitaban toldistas, que son los que iluminan. Roberto encontró un perro llamado sol ese perro estaba abandonado y él lo acogió, lo qué no sabía Roberto es que Sol sabía donde estaba oscuridad y Roberto al estar allí se vio más cómodo.
Aquí termina mi breve resumen

lunes, 24 de abril de 2017

Viaje a Casares

19 de abril (miercolés) fuimos a Casares a una planta de reciclaje tardamos una hora en llegar allí; pero mereció la pena. Cuando llegamos vimos los "pulpos" que son ganchos gigantes que cogen la basura y la llevan a la planta de reciclaje que había como una máquina gigante. Parecía una impresora pero era una planta que hacía que todos los residuos se dispersaran. También había un rulo gigante con pinchos para que las bolsas se rompieran y cayera toda la basura que había en estas. Más tarde, llegamos a una sala bastante chica donde había una maqueta en miniatura. Posteriormente entramos en una sala parecía un cine nos dieron muchos regalos. En segundo lugar vimos un vídeo informativo sobre la planta. Juan Carlos nuestro guía nos enseñó un power point sobre dónde había que tirar la basura y dónde no también vimos qué hace unos años nuestros abuelos no era ningún problema. Más nos enseño que la basura se reunía en vertederos y la basura que no se podía reciclar se convertían en balas y la basura que tenía líquido se llamaba lixiviados donde se metía en unas piscinas para que otra empresa la gestionase. Al final desayunamos y aquí terminamos la visita a la planta de reciclaje.
 
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